miércoles, 3 de marzo de 2010

PRIMER DÍA EN MOSCÚ

Estaba completamente dormido cuando en medio de mi sueño oí un coro de voces y un fuerte golpe. Al momento me despertó Roscko: habíamos llegado a Moscú. Eran las 6h39, pero en mi reloj ponía 5h39 ya que Rusia es una hora más que en Ucrania (y dos más que en Europa occidental). Me dijo que me diera prisa en recoger y se despidió de mi. Enseguida pasó el revisor (compruebo que en estos países hasta un simple botones va vestido como un comandante) y supongo que me dijo que me fuera echando leches. Recogí lo más rápido posible y salí a la estación todavía de noche. Hasta las 12h no me podía presentar en el hotel.

El aspecto de las salas de espera eran algo aterradoras: gente siniestra a veces en grupos, otras solos; muchos durmiendo sus borracheras, familias de provincias esperando, olor a vómito... me resultó muy difícil decidirme dónde colocarme. Donde había hueco es que había algún tipo o grupo de mal aspecto, y en donde había poco hueco no me sentía con ganas de apelotonamiento. Finalmente, opté por una zona donde se había abierto un hueco y resultó que a mi lado y en frente estaban unos tipos borrachos y heridos, quizá por alguna pelea. Aún así aguanté allí unas horas e incluso me quedé dormido con la mochila atada a mi pierna. Después me cambié y me fui con una familia de mujeres provincianas que acarreaban con una tonelada en bultos.
La situación que presentaba la estación es totalmente comprensible: la gente vagabunda no puede permanecer en la calle porque morirían congelados, por lo que una estación, si bien no es un lugar cómodo, sí al menos es caliente.
Pero no todo era un espectáculo lamentable. También pululaba por la estación gente de lo más corriente, y de vez en cuando pasaba alguna mujer de aspecto impresionante: alta, cabellos rubios, falda corta y largas piernas y vestida con abrigo y gorro de fina peletería.
Allí permanecí hasta que a las 11h15 decidí marchar al Hotel Asia en un barrio del extrarradio moscovita. Me fui a la estación de metro y pedí un bono de 5 viajes, pero me dieron uno sencillo. Siguiendo el mapa del metro que tenía impreso llegué sin mayor contratiempo a mi estación. Todo estaba nevado y en la calle había multitud de puestos de bebida, comida y baratijas. Enseguida vi el alto edificio de hormigón al que debía dirigirme y que estaba presidido con un gran cartel luminoso de letras rojas. Me resultó máss dificil encontrar la puerta para entrar. Resulta que en ese establecimiento, que es un hotel, operan multitud de empresas ocupando las habitaciones. Di mi reserva a un guarda de seguridad y bajó un tipo que hablaba inglés y que me dio instrucciones a mi y a una de las recepcionistas de aquel lugar.

Tenía una expléndida habitación de hotel con baño compartido con la de al lado, que estaba vacía. En seguida me duché y lavé la ropa que había llevado puesta desde el principo del viaje. Estaba agotado, así que en cuanto reposé para descansar, me quedé dormido.
Cuando al rato desperté me encontraba débil y sin muchas ganas de hacer nada. Aún así bajé antes de las 18 horas a la compañía de viajes a la que les había reservado la habitación y les pedí un mapa de Moscú.
Después me vestí y me lanzé a la calle. Mi idea era recorrer esa parte del extrarradio. Como mi habitación estaba en el piso décimo, estuve observando los alrededores para poder orientarme.
Bajé a la calle y comencé a caminar mirando atrás en cada cruce para recordar mi itinerario en caso de extravío. Pero no hubo tal, Moscú es como cualquier otra ciudad: calles, aceras, coches, gente,.. eso sí todo repleto de nieve.
Caminé largo tiempo de un lado para otro y además buscaba un cibercafé donde terminar de pasar la tarde-noche, pero la búsqueda fue totalmente infructuosa: cualquier letrero que veía me parecíaa que ponía cibercafé, pero nada de eso (con tanta diversión en los días anteriores no me había dado tiempo a aprenderme los caracteres cirílicos, y mucho menos a aprender ruso básico de superviviencia). Me metí en bajos de edificios, siguiendo supuestamente la palabra internet, pero no hubo suerte. Finalmente me rendí y pensé que me vendría bien comer algo ese día. Tenía localizado un Ronald McDonald, pero prefería probar algo distinto y empezar a zambullirme en la cultura rusa desde el primer día. Acabé en un bar-pub al lado de la estación de metro. Me fue imposíble entenderme con la camarera y la carta estaba sólo en ruso, de forma que finalmente acabé pidiendo al azar langostinos hembras, osea langostinas, y menos al azar, una cerveza y patatas fritas. Yo no soy muy de langostinos, pero esa fue mi comida del día (por cierto, que estaban más buenos que los que se preparan en España). Menos mal que había pedido las chips y la cerveza, que también alimenta. Finalmente, y para rematar la faena, compré en un puesto un pastel ya que me apetecía comer algo dulce, y resultó ser un pastel de carne. 
Regresé a la habitación y salí a las escaleras de emergencia a fumarme una pipa, probar el vodka de Alexander y escribir en mi diario. Rendido, me acosté y quedé automaticamente dormido.




Nota al margen: no penséis que voy a tener siempre una narración tan pródiga. Es que en el hostel de Moscú desde donde estoy escribiendo esto ahora mismo, hay un ordenador de uso libre con conexión a internet, me estoy tomando una cerveza y escuchando electro-jazz en mi reproductor de mp3. Buen rollito.

2 comentarios:

  1. Vaya decoración de maripositas en la habitación, es digna de una película porno,tu afoto en porricas confirma mi teoría del destape.esa botellica anaranjada tiene una pinta explosiva.La típica chica de los trenes, no será la misma que aparece en las curvas de las carreteras sinuosas y oscuras?
    Mira a ver si se te pone la muñeca negra con la pulserita de la delgaducha, no tiene pinta de ser de plata....
    Un saludo extremeñito.

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  2. Me esta encantando, esto es como una novela por fasciculos, estoy enganchadisima jajaja
    mucho besos juanito

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