viernes, 23 de julio de 2010

LAS ENSEÑANZAS DEL DALAI LAMA 1ª PARTE: CÓMO LLEGAR

Dijo Albert Einstein:

"La religión del futuro será una religión cósmica. Debería ir más allá del Dios personal y evitar dogmas y teología. Abarcando tanto lo natural como lo espiritual, debería estar basada en el sentido religioso que emana de la experiencia de todas las cosas, natural y espiritual, y eso como significativa unidad. El budismo satisface esta descripción. Si hay alguna religión que pudiera atender a las necesidades científicas modernas, sería el budismo."

El 19 de julio Alicia y yo nos fuimos hacia la parada de jeeps de Leh camino de Sumur, lugar donde un par de días después empezarían las enseñanzas del Dalai Lama, en visita al espectacular y budista valle de Nubra.

En la parada, una curva putrefacta del principio de la carretera, nos dijeron que teníamos que esperar hasta el medio día porque la carretera estaba cerrada en el sentido pretendido.
Mientras caminábamos en busca de dónde dejar el equipaje hasta entonces, Alicia se encontró con una monjita venezolana conocida suya de Dharamshala, Kunsang, la cual iba acompañada de Alexandra, una polaca rubia platino y Gyatso, un taiwanés estudiante de budismo tibetano y con tendencia a la santidad.

A Kunsang, cuando nos vio, se le abrió el cielo del nirvana, pues necesitaba de dos pasaportes más para poder tramitar ella misma sus permisos para ese día.
Le cedimos nuestros pasaportes, lo que además nos aseguraría el no tener problemas con los burdamente falsificados por mi.

La tarea no resultó sencilla, pues aunque Kunsang es monja y habla hindi y tibetano, la anquilosada burocracia le obligaba ir de un despacho para otro para su desesperación y nuestra impaciencia.
Tras mucho mareo y ayuda por parte de varios agentes de viaje, obtuvo los permisos pero con un problema, Gyatso, para su enorme tristeza no podría ir al Valle de Nubra porque en su pasaporte pone, con letras de oro, República de China, y estaba prohibido que los chinos pasaran a tan conflictivo valle en presencia del Dalai Lama. De nada sirvieron las explicaciones de que los chinos obligan, salvo serio conflicto, que los taiwaneses lleven este adjetivo.

Conocedores de los controles del ejército indio, Alicia y yo le dijimos que no se preocupara, que sería sencillo pasarle escondido en cualquier vehículo, salvo que este fuera una moto, of course.
Sobre las 15 horas todos nos fuimos a la parada de jeeps, pero allí no había ninguno, ni lo habría, y nadie era capaz de explicarnos porqué. Nos pusimos a hacer autostop a cualquier vehículo que pasara y que tuviera capacidad para llevarnos a los cinco. Pero no hubo suerte, apenas subían camiones y no nos querían llevar. Por fin, a las seis de la tarde acordamos con un todo terreno que iba hacia Nubra que nos llevara a Sumur por un precio algo caro. Los pilotos del jeep nos pidieron el permiso, pero no repararon en que no todos estabamos inscritos.
A buen ritmo avanzamos por la estrecha carretera camino del Kardung La. Extrañamente, los conductores no conocían las posibilidades de su jeep y al llegar a uno de los cauces que había que atravesar se acongojaron y pararon. Yo me bajé del mismo para observar qué era lo que pasaba y aprovecharon en ese momento para cruzarlo, dejándome a mi al otro lado. Intenté pasar calzado pero conseguí empaparme los pieses. Todavía no había recuparado (y sigo sin recuperar) la sensibilidad en los pies tras la aventura del Pangong Tso, y ya estaba otra vez empapado y para varias horas. Conseguí atravesar el cauce descalzándome y continuamos camino.
En los dos puntos de control del ejército utilizamos la táctica siguiente: salía del vehículo sólamente Kunsang con los permisos y los pasaportes, mientras Gyatso se escondía acurrucado bajo los asientos y tapado con nuestras bolsas. La cosa dio resultado, ni nuestros conductores ni el ejército se apercibió, a pesar de que en el segundo control, después de bajado el Kardung La, se acercó un militar con una linterna para realizar una somera y distante comprobación del número de pasajeros.

En el camino yo iba charlando animadamente con Kunsang sobre metafísica budista. La monjita está estudiando el curso acelerado de budismo, siete años, en las proximidades de Dharamshala. Sí siete, el completo son veinticinco, que hay mucha materia (y mucho espíritu) que estudiar.
Ya en el valle de Kardung, de noche, nuestros acompañantes fueron sintiéndose cada vez más enfermos. Las constantes curvas con precipicio y enormes saltos por los baches, hizo descomponerse al grupo. Gyatso ya venía malito desde hacía días, como iba sin dinero casi no comía, y como además va para santo (o para tonto, I don't know, now), le daba por beber agua de cualquier mugriento arroyuelo por lo que su cuerpo andaba entre este mundo y el siguiente. Alexandra, chica delicada, se revolvió de tanto ajetreo y ante la vista de los enormes precipios que se abrían al lado del difícil camino; y eso que era de noche, que los llega a ver de día, y por ejemplo, sobre una moto nada fiable como con la que yo había circulado días atrás, y se habría desmayado directamente.
Tuvimos que parar un par de veces para que la Marlowe vomitara y restableciera su equilibrio corporal.
Por otro lado, Kunsang iba tan bien hasta que comió unas galletas sabor limón que la descompusieron, y casi se nos queda en el camino también. Yo la verdad es que iba tan ricamente, que mis aventuras del pasado me habían asentado cuerpo y alma, pero Alicia estaba sorprendentemente callada, por lo que me preocupé por su salud; pero no había problema, tan solo iba relajada.

En el valle de Nubra, la carretera de Sumur estaba inundada en muchas de sus partes, cosa que cuando yo había estado no era así; pero se veía que el calor de las últimas jornadas había acelerado el deshielo e inundado el valle.
Por fin llegamos a Sumur. Alicia tenía, en un guesthouse, hecha una reserva de una tienda de campaña individual para ella sola al día siguiente, así que cuando llegamos cinco personas con un día de antelación y a las 23 horas, tardísimo para India, cuando todo el mundo estaba dormido, el cabreo que se cogieron los trabajadores fue muy entendible, además agrandado con el escándalo que montó Alicia para resolver el entuerto.
Pero todo acabó bien. Como todavía no había llegado el grueso de visitantes para las enseñanzas, nos dieron dos enormes tiendas de campaña con baño, modelo Mogambo, donde pudimos descansar estupéndamente después de un día tan ajetreado.

A la mañana siguiente no nos demoramos en abandonar las camas, pues debían ser preparadas para sus verdaderos ocupantes. Alicia y yo nos pusimos en la tienda, modelo Mogambo mini, que había reservado, y Kunsang, gracias a su posición de monja, encontró rápidamente una casa de una familia donde pudieron alojarse en el suelo alfombrado.
Una vez reacondicionados nos fuimos veloces a la carretera a recibir al Dalai Lama que, según nos habían informado, llegaría sobre las 9h30. Pero los horarios en India son siempre aproximados. Había pasado largamente esa hora cuando al otro lado del valle vimos que pasaba un helicóptero, por lo que supusimos que volando llegaba su santidad.


La espera, a pesar de ser muy larga, fue entretenida, pues mucha de la población del valle de Nubra estaba por allí, engalanada, a la espera del gran momento.
Llegaron las bailarinas con sus gorros repletos de turquesas mientras un lama esperaba para ser bendecida una gran rueda de oración construida para la fecha. Turistas también había, que aquí no faltaba de nada.


Ya pasado el mediodía, el hambre hacía mella, por lo que nos metimos en el único restaurante para comer. Estábamos esperando para zampar cuando se armó un revuelo en la calle. Salimos y aún tuvimos que esperar un rato a que llegara la comitiva, que por supuesto, no paró. Bienvenido Mr. Marshall. Ni bendición de la rueda de oración, ni nada. Aún así pude ver al Dalai Lama a través de la ventana del coche e incluso sacarle una foto.
A pesar del paso veloz, la gente pareció quedar muy contenta, y es que, por lo que pude ver, y sentir, en los días posteriores, su sola presencia eleva los espíritus.


Ese mediodía comimos el peor plato de mi viaje hasta la fecha, que ya es decir, un arroz con sabor a putrefacción y que además, como suele corresponder, nos quisieron cobrar a precio de pepita de oro por grano de arroz, cosa que ni Alicia ni Kunsang permitieron. Finalmente pagamos menos del 50% de lo que pretendían los muy cabrones aprovechados.


Por la tarde fuimos a inspeccionar el lugar de las enseñanzas, una bonita explanada delante del monasterio de Sumur. En el camino nos encontramos con Ernesto, un amigo de Alicia del mundillo budista español y la caminata transcurrió entre chismorreos de los que yo sólo pude participar poniendo la oreja.

2 comentarios:

  1. LA ALEMANA TENIA CARA DE CABALLO...DOY FE!!!!

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  2. Seguro que en esas tiendas tipo Mogambo se duerme mejor, que en una tienda montañera con tres tipos pedorros y malolientes...
    Saludos.

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