lunes, 12 de julio de 2010

FESTICHOLAS EN PHYANG Y THIKSE

Al día siguiente de regresar del Valle de Nubra, Alicia vino a buscarme al hotel levantando gran revuelo. Junto a ella conocí a otros de los hinchas argentinos, que resultaron tan solo a medias, pues Nati sí que es alviceleste pero Oriol, Uri, es andorrano y español. Los cuatros recorrimos el Main Bazar de Leh en un tiempo record ya que parábamos a hablar largo rato cada pocos metros.
Por la noche fuimos a ver el partido España - Alemania, junto a un pequeño grupo de españoles: una expedición que estaba realizando un documental y un chico de Pozuelo de Alarcón (Madrid) con el que me senté al lado y que veía falta en cualquier acción alemana. Alicia se marchó antes de finalizar el partido para así propiciar la victoria, cosa que consiguió. La victoria española hizo que replanteáramos nuestros calendarios a la vista de la inexcusable final de unos días.
Unimos fuerzas y en días consecutivos visitamos las cercanas poblaciones monásticas de Phyang y Thikse.


El 9 de julio marchamos al Phyang en festicholas. Tuvimos la suerte de que tanto para ir como para volver, el autobus parecía estar esperándonos y recorrimos los trayectos en apenas 40 minutos.
En el patio del monasterio de Phyang los locales y los muchos turistas estábamos situados junto a las paredes del recinto, mientras monjes disfrazados de dioses protectores danzaban con muy excaso brío y gracia, al son de los tambores y platillos de los monjes músicos, ataviados con espectaculares gafas de sol. Del monasterio entraban y salían niños y monjes y la gente se lo pasaba a lo grande con el espectáculo folclórico y multicolor. Al otro lado de donde nosotros estábamos, otros monjes ataviados de máscaras más humanas se dedicaban a recoger dinero, sobre todo de los turistas, pues deben limpiar su karma mierdoso.

Después de un rato, y a vista que el espectáculo era poco cambiante, nos fuimos a recorrer los diferentes recintos, visitando los templos (gompas), así como las cocinas y el exterior de la población, donde abundan las estupas delante de un impresionante paisaje de montañas desérticas y níveas y valles verdes.


De vuelta al patio un largo rato después, pudimos ver cómo los dos diosecillos ahora se habían convertido en toda una legión, con caras blanco nuclear, rojas, marrones, verdes, y amarillas.
Los dioses protectores eran los espíritus de la religión Bön que cuando llegó el budismo a las tierras tibetanas fueron dominadas por los grandes maestros y amaestradas para ayudar al hombre. Los dioses protectores representan a las diferentes manifestaciones de la naturaleza, tanto ambiental como humana, que todos somos hijos de la misma tierra, oiga.


Tras otro rato viendo el espectáculo, igual de animado, pensamos si comeríamos en el lugar o nos íbamos de vuelta a Leh.
En el exterior del recinto se arremolinaban oriundos, foráneos y mercaderes, así como una pareja de monjes budistas indios, muy azafranados y en peligro de extinción. El oso panda del budismo con cazos de metal.
Pero a parte de esto, nada de oferta gastronómica apetecible, por lo que en ese mismo instante cogimos el bus y nos marchamos a Leh para comer, y como no, para charlar.


Al día siguiente quedamos para ir al monasterio de Thikse, uno de los más espectaculares de los alrededores, de gran tamaño y repleto de animación.
Thikse, al igual que Phyang, están situados en el valle del río Indo, en un terreno desértico y con las vistas espectaculares sobre las nevadas cumbres de la cordillena de Stok. Yo había pasado por el lugar camino de Pangong Tso y parado para fotografiar el conjunto.
Cuando subíamos por las empinadas callejuelas y caminos de Thikse  nos topamos con los pequeños estudiantes que en hora de recreo, supongo, corrían unos tras de otros y se peleaban de una manera dulce y delicada.


En la cúspide de la montaña se encuentra el recinto principal del monasterio, con dependencias, gompas y patios.
En la gompa principal se estaba celebrando una puya, es decir una ceremonia, y allí estuvimos largo rato escuchando y sintiendo los mantras de los monjes acompañados a su debido y sorprendente momento por sonido de tambores, trompetas y platos. Aprender música tibetana es de lo más fácil, basta con saber sacar algún sonido al instrumento, eso sí, hay que hacerlo en el momento adecuado.


El encanto de la ceremonia se degradó cataclismáticamente cuando empezaron a aparecer las ordas de turistas. Afortunadamente habíamos llegado un largo rato antes que ellos y eso que pudimos disfrutar en actitud meditativa.

Intentamos visitar la biblioteca del monasterio, situada en la azotea, pero nunca nadie nos la llegó a abrir, así que nos contentamos con leer la multitud de volúmenes a través de sus ventanas.


Pudimos admirar el gran Buda Maitreya, el del mundo venidero, situado en un edificio para él solito. Se trata de un buda guapetón y de mirada pícara, como diciendo: ¡ay cuando llegue, la que voy liar!


En otra gompa contigua, Alicia repartió con generosidad budista los alimentos del altar donados al buda y a sus protectores, de forma que pudimos saciar el hambre que empezaba a hacer estragos en nuestro mortales estómagos.
Masticando estábamos cuando en el lugar apareció el ejército, pero el ejército indio es amigo del amor y de la paz, y ni se percataron de nuestros rostros iluminados por las galletas tántricas.

Mientras que algunos pequeños monjes se dedicaban a arrojar al infinito botellas desde las terrazas del monasterio, pudimos escuchar el sonido de trompetas y tambores de la comitiva monástica que abandonaba el templo y realizaba una ceremonia en el patio principal. Ataviados con su trajes rojos y su gorros azafrán, la contundente música, el incienso y el impresionante escenario dieron al final del espectáculo un colofón impactante, mientras todo el grupo espiritual desaparecía por una puerta engalanada de telas grises.


Con la suerte que nos acompañaba, a los 5 minutos de salir del recinto llegó el autobus que nos llevó de vuelta en Leh, donde comimos. Luego nos fuimos a tomar un caro y malo café en la terraza de un viejo edificio de tierra del Leh antiguo, visitamos la mezquita, y de forma má tranquila, la principal gompa budista de la ciudad.


Al día siguiente, el histórico 11 de julio de 2.010 quedamos para comer y dirimimos qué hacer en los días siguientes. La idea era ir a las poblaciones de Alchi y de Lamayuru. Yo tenía previsto haber hecho estas visitas en moto, pero la decisión de ir todos juntos resultó de lo más divertido y sorprendente, como se verá en la próxima entrega.

En la final, una vez más la marcha prematura de Alicia hizo que España ganara. La conexión entre el pulpo ese y Alicia está clara.
Nada más terminar el tembloroso partido y de nosotros dar unos brincos delante de la pantalla gigante, los regentes del local consideraron que la entrega de la copa no merecía la pena, por lo que apagaron la televisión. Salimos del local y ya solo me dirigí a otro restaurante en una zona sumida en las tinieblas, y allí pude ver el colofón del mundial.
Nunca pensé que un momento tan esperado lo acabaría viendo en medio del Himalaya, más o menos el culo del world.

4 comentarios:

  1. Juan, que Naty tenia hambre!!!, y las estatuas por mas budas que sean no comen, asi que no nos quedo mas remedio que comer los chocolates del buda!!!

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  2. Juan, veo que aunque estés geograficamente en India, en realidad sigues en Tíbet (que recuerdos chico). Parece mentira que en lugares tan remotos, de nombres desconocidos, sigas encontrando turistas y españoles ! Me alegro por tí y por la compañía. Sigo atento a tus publicaciones.
    Un abrazo.
    Dani - Lleida

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  3. Aupa Spain!!
    Vente ya, que tienes que hacer tu viaje habitual a los piris, no nos dejes tirados.
    Saludos.

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  4. Eso Jota, yo salgo el lunes con el chico para los piris. Espero que no me censuren este tipo de comentarios. La censura es el principio de la dictadura. Un guiño

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