lunes, 27 de septiembre de 2010

BANGKOK, PRIMERA PARADA

Salí sin mayor contratiempo de Calcuta, 16 de septiembre, volando dentro de un gran ave motorizada camino de Bangkok. Fue para mi sorprendente lo rápido que se desplazaba este artilugio. En un pestañear atravesó el mar del golfo de Bengala y se adentró en el territorio de Birmania. Mientras me lo permitían las nubes, no dejaba de mirar el suelo, miles de metros abajo, y escrutaba el territorio que no pisaría porque sus fronteras terrestres, y marinas, están cerradas. En algo más de dos horas el avión aterrizó en la capital de Tailandia.

En el aeropuerto, moderno y majestuoso, tuve que hacer cola para pasar por el servicio de inmigración. Para entrar en el país los europeos no necesitamos visado, pero yo tenía el mío, obtenido en Calcuta, para evitar problemas con la policía de inmigración al querer arribar por mar, en barco privado, desde las islas Andamán. Cuando hube de rellenar en el avión el formulario de entrada no indiqué que disponía de un visado, porque tras deliberar un rato, pensé que lo mejor sería intentar que pasara desapercibido para poderlo utilizar cuando volviera a reentrar desde Laos, el país de al lao (broma mala, o muy mala). Y es que resulta que desde hace un tiempo, los viajeros que entran en el país por tierra sólo disponen de 15 días de visado y mi intención en la futura segunda entrada en Tailandia es cruzar el país de norte a sur parando en la isla de Tao e intentar sacarme la licencia de submarinismo, por lo que seguramente necesitaría de más días.
Pero no pudo ser, cuando el inspector revisó mi pasaporte se dio cuenta y me preguntó que porqué no había puesto que disponía de visado. Le dije que querría volver a entrar a Tailandia por tierra en unos meses y que como por avión no se necesitaba visado, prefería reservarlo para entonces. Con sonrisa policial me dijo que eso no está permitido y que me sacara otro visado desde Vientiane, la capital de Laos, si es que quería permanecer más de quince días en el país.
En el aeropuerto cambié moneda, pedí un mapa de la ciudad y me informé de cómo llegar al centro de la ciudad. En seguida tomé un caro y lujosísimo autobus turístico, de esos que había dejado de ver por última vez en Alemania, meses atrás, y que me llevó hasta la calle Khao San, centro neurálgico de mochileros y macarras de Bangkok. En el camino iba recordando, con enorme añoranza, el perfil de esta gran ciudad que visité casi diez años atrás.
Además, por primera vez desde que inicié este pequeño periplo semimundial me encontré con grupos de turistas estadounidenses. Más de una vez me había preguntado por dónde estaban los ciudadanos de la nación-imperio. Se ve que sólo viajan, cuando lo hacen, a los países socios. Y Tailandia es su principal amigo en Indochina, una región a menudo convulsa y habitualmente con aspiraciones totalitarias en sentido opuesto a las de EE.UU.

Tras visitar varios guesthouses, todos ellos sorprendentemente limpísimos, me quedé con el que disponía de enchufe en la habitación. Así soy yo de simple.
Después de muchos meses de habitaciones putrefactas, sábanas agujereadas con manchurrones sospechosos y colchones roñosos, durísimos e irregulares como sacos de huesos, tenía un alojamiento limpio y con sitio donde colgar mis ropitas.
Además, el guesthouse disponía de wifi en el lounge de la planta baja, ideal para poner al día el blog sin sobresaltos.
Por ello, en breve cambié mi idea de estar sólo un par de días en la ciudad antes de marchar a Camboya, y decidí quedarme hasta que por fin, pusiera al día el blog, que no había retomado su pulso desde que estuve en Ladakh.

Tras acomodarme decidí estirar las piernas y salir a dar una vuelta. Ya era de noche, pero no quería que se me hiciera muy tarde. De esta forma recorrí Khao San Road y alrededores. Cuando hace tiempo pasé por aquí, lo hice de día, y no llegué a ver de qué va esta zona. Es un lugar exclusivamente turístico. Está completamente lleno de bares,  discoteques, terrazas, tiendas, puestos, cajeros y 7eleven. También hay multitud de vendedores de todo lo imaginable: carnets y licencias falsos, camisetas, bolsos y gorras, comidas, bebidas, instrumentos musicales, artilugios luminosos voladores... Cada garito compite con estruendo con el de al lado con la música, exclusivamente anglosajona, y con las ofertas para emborracharse rápido y barato: Very Strong Cocktail, rezan muchos anuncios, junto a los competitivos precios de la cerveza y licores.
El público que ronda por la calle es variopinto, pero hay un número muy alto de turistas modelo macarra, con camisetas de tirantes, pantalones cortos, chanclas, cuerpos musculados y tatuados, pose de tipo duro, y botella de cerveza en la mano derecha, si es que son diestros. Y muchas de sus chicas vestidas como si fueran a de marcha a un polígono de Alcorcón. Nada que ver con la gente que visita India; y es que ya no me acordaba de este tipo de la especie humana. También por Khao San hay multitud de visitantes tailandeses, y tailandesas, a cada cual más provocativa, en la medida de lo posible.

Al final de la calle hay un Burger Queen, por lo que para cenar probé, tras meses de abstinencia, la carne de ternera, aunque esta fuera del tipo clembuterizada y picada junto a otros desechos de sabe dios dónde.
La ventana de mi cuarto daba precisamente a esta calle principal, por lo que la banda sonora la tenía asegurada durante buena parte de la noche. Para no asarme de calor al dormir tenía que dejar las ventanas abiertas, recibiendo todo el estruendo, pero me ahorraba las pilas del mp3.

Al día siguiente me informé de cómo ir en autobus a los grandes almacenes MBK, en la zona de compras de Bangkok. Debía ver varias cosas que tenía pendientes desde hacía meses. Y bien que le saqué partido al lugar, pues finalmente fui cuatro veces, las tres primeras en días consecutivos.

De esta forma pude comprarme un nuevo trípode, ya que el mío lo perdí en la aciaga pero interesantísima jornada del viaje en moto a Pangong Tso, en Ladakh. También  me compré un nuevo objetivo para mi cámara, un zoom gran angular de muy buena calidad y que me permitirá hacer fotos cogiendo, como su nombre indica, un gran ángulo de visión. El precio, pues el mismo que si lo hubiera comprado en España, que ya no hay diferencias significativas en todo el orbe. Estuve un día dándole vueltas de si hacer tan gran desembolso, pero la decisión fue tomada tras responderme a la cuestión ¿cuándo voy a tener más oportunidades de fotografiar en mi vida, si no es en este viaje?
Además en MBK miré con curiosidad diferentes utensilios, ya que en Tailandia se pueden comprar muchos objetos danger que en otros países están prohibidos, como navajas automáticas, exprays antivioladores, cacharros que dan descargas eléctricas, estrellas ninja y cosas por el estilo. Pero de eso no me compré nada, que me daba mal rollo sólo tocarlos.


Tras mi segundo día de visita a los almacenes MBK me acerqué al Estadio Nacional, que está al lado, porque quería ver si por allí se podía ver alguna exhibición de Muay, o boxeo tailandés. A todos a los que por allí pregunté me dijeron que sí, pero es que no me entendían; finalmente a lo que llegué fue al museo de Muay, que por cierto, estaba cerrado.
         

Intenté regresar caminando, pero el agotamiento de visitar las tiendas, la oscuridad, y por supuesto, la larga distancia, me hizo finalmente buscar un autobús que rápidamente me dejó en las inmediaciones de mi alojamiento.
Cené un par de pinchos de pollo en un puestecillo callejero y luego busqué dónde tomarme una, o más, cervezas para recuperar mi equilibrio hídrico. Descartada la infame Khao San Road por demasiado ruidosa y bulliciosa para una persona solitaria como era yo en ese momento, me decanté por un callejón paralelo donde había, contiguos, varios bares terraza de reggae, todos con sus banderas jamaicanas, fotos y dibujos de Bob y de la hoja del cáñamo. Cuando andaba inspeccionando el sitio de reojo, uno de los camareros del lugar, con sonrisa inocente, me dijo que hiciera allí parada y así lo hice.

En seguida me sirvió una buena cerveza y me ofreció ganja. ¿Ganja? le pregunté ¿no es muy peligroso el consumo de estas sustancias en este país? me dijo que sí, pero que si se fuma en la habitación del hotel no hay problemas. No, thank you, yo sólo fumo en pipa. En el rato que estuve ese día, y también en los días sucesivos, pude ver cómo una buena cantidad de gente hacían breve parada para hacerse con su pequeña ración de hierba. Hasta observé dónde la escondían y todo.
El camarero en cuestión era un joven camboyano bastante simpático y cariñoso, pero con un inglés bastante limitado, tanto, que cuando el último día que me pasé por su bar me preguntó que si quería ser su novio, preferí creer que no se había sabido expresar correctamente. Aunque sí que lo hizo.

El callejón reggae tenía dos problemas: el primero es que los bares, contiguos y a cielo abierto, compiten musicalmente con sus canciones de Bob Marley y familia a todo trapo, por lo que cuando llevaba allí un rato tenía la cabeza como un bombo (le sugerí al camarero que debían organizarse y poner todos la misma música). El segundo era que si Khao San Road estaba abarrotada de gente a todas horas, esta, paralela, estaba vacía, por lo que yo solía ser el único cliente y me aburría mucho, sólo pasaba de vez en cuando alguien por el callejón, pero nadie paraba. Esto demuestra que los clientes naturales de estos bares, de estilo más hippiongo, están en sitios como Nepal o India, pero no en Bangkok.


La segunda noche que pasé por el bar reggae había en mi misma mesa dos chicas tailandesas que bebían whisky como unas descosidas, pero al lado oí hablar español, así que rápidamente me dirigí a la pareja de cuyas gargantas salían tan comprensibles sonidos. Eran Alberto y Astrid, que se habían conocido en la frontera tailandesa. El primero había ido para renovar su visado, y Astrid venía desde Camboya y Laos, donde le habían robado cámara de fotos, dinero y documentación, de un tirón en su mochila cuando circulaba en bicicleta, y andaba necesitada de ayuda.
A ellos me uní a tomarme una cerveza, pero rápidamente nos tuvimos que marchar de allí porque cerraron precipitadamente el bar cuando uno de los camareros había visto a un tipo sospechoso con cara de policía.

Nos fuimos a una terraza de Khao San Road a continuar bebiendo cervezas y charlando. Alberto, un tipo que no sabría muy bien como calificar (bueno, sí que sabría...), vive en Bangkok y vende ropa y accesorios falsificados fabricados en Tailandia. Lo hace a través de eBay y mandando cajas por correo a colegas suyos que colocan los productos en España. Se quejaba iraúndo de que le habían denunciado por vender falsificaciones por eBay. Su argumentación era que quién se va a creer que una camisa de Armani, por ejemplo, puesta en subasta a partir de 1 euro es verdadera, a pesar de que él lo anuncie como que se trata de una prenda auténtica. Tampoco le parecía bien que eBay se llevara una comisión sobre las ventas que realizaba... Bueno, pues así con todo de lo que hablaba.
Le comenté que estaba interesado en ver un combate de boxeo tailandés y él enseguida dijo que tenía a no se quién colega que nos podría llevar a un canal de televisión donde se hacen combates y que podríamos entrar gratis, si todo salía según lo previsto. Me dio su teléfono para que lo llamara.

Al día siguiente me pasé buena parte de la mañana intentando contactar con él pero se ve que no tenía encendido el teléfono, o yo que sé. Quizás mejor así.



Por eso, una tarde me decidí a ir al estadio de boxeo a ver un combate, pero cuando llegué al lugar el precio no era otro que unos 30 euros para la entrada más barata, pero eso sí, esa noche peleaba el campeón. Pues me alegro mucho, le dije a la señorita que me quería vender la entrada, pero yo sólo soy un curioso y esperaba que esto fuera mucho más barato, así que no entro. Y no entré. Con las mismas decidí ir a la estación de tren a comprar el billete para la frontera con Camboya. Me costó mucho llegar en autobus porque no acertaba a encontrar la parada adecuada y finalmente este me dejó algo alejado de la estación, así que tuve que atravesar un barrio algo sórdido donde muchas mujeres se me quedaban mirando, me sonreían y me preguntaban si quería bum-bum. Como no entiendo ni papa de thai no sé a qué se referían.

En la estación me dijeron que para el tren a la frontera no se vendían billetes con antelación, que lo que tenía era que ir una hora antes y comprarlo. ¿Y si llego y no quedan billetes? pregunté. A lo que me respondieron que ese problema no se contemplaba. Pero claro, la cosa era que el tren salía a las 5h55, por lo que según el taquillero, debía estar allí a las 4h55 y por tanto levantarme antes de las cuatro de la madrugada. A esa hora la fiesta en Khao San Road está todavía a tope.



Regresé caminando desde la estación en un larguísimo trayecto que me dejó extenuado y dónde atravesé el barrio chino, ya cerrado a cal y canto, y calles y mercados callejeros nocturno de penosos artículos de segunda mano, o robados.
Cuando un día, por fin, hube terminado de poner al día el blog, me dispuse a hacer algo de turismo por la ciudad, así que me dirigí al Palacio Real, pero cuando llegué ya habían cerrado. Así, decidí tomar un barcobus que cruza el río Nam Chao Phraya y acercarme hasta el bello templo de Arum, dedicado al dios indio del anochecer, Aruna. Con ese nombre, el templo no puede estar más que al oeste del Palacio Real. Desde lo alto de su pinacular estructura se puede admirar una buena parte del Bangkok tradicional, con el río en primer término, y a lo lejotes, los rascacielos que circundan la enorme ciudad.
Allí pude admirar con profunda melancolía la puesta de sol antes de que me echaran.


 
 

De vuelta en Khao San Road y tras ducha y descanso, cuando me dirigía con mi bocata para la cena hacia un nuevo bar terraza, en otra calle, y que en vez de reggae ponían techno, me encontré con Astrid, que también deambulaba por la zona. Nos saludamos y nos fuimos juntos a buscar un sitio donde tomar una cervezuela o similar.

Astrid, chilena que vive en Barcelona, se dedica a la pintura y al arte dramático y le encanta viajar. En esta ocasión había estado en Camboya y Laos y me aconsejó qué visitar y me advirtió de numerosos asuntos. Así que los dos, contando cada uno sus anecdotas, lo pasamos bastante entretenido. Después de la cena nos marchamos a otra terraza de la calle Khao San. A los pocos minutos de haber pedido un cubo de cocktail very strong, los camareros se aceleraron y empezaron a echar a todo el mundo y a recoger la terraza. No sólo en este garito, también en los de alrededor. Nos dijeron que nos teníamos que marchar porque había llegado la policía ¿?
Esto me resultó extrañísimo porque todos estos bares tienen abierto todos los días y todas noches hasta muy entrada la madrugada, y la policía suele patrullar entre ellos con sus motos, sus trajes negros super ceñidos y su cara de mala hostia. Lo que se traen entre manos policía y bares no lo sé, pero el caso es que nos quedamos en medio de la calle con nuestro cubo de un litro de cocktail lleno.
Como no sabíamos dónde ir, le dije que podríamos estar en la terraza de mi hotel y allí que fuimos y permanecimos plácidamente hasta que nos terminamos la bebida.

Yo al día siguiente tenía pensado haberme marchado hacia Camboya, pero como no tenía billete de tren y rápidamente se me hizo tarde, decidí posponer un día mi marcha. Había estado bastantes días solos, triste y melancólico, deambulando y luego encerrado escribiendo, por lo que la presencia de Astrid me dio nueva vida. Me acosté a la hora a la que debía haber salido para la estación de trenes.

El sábado, 25 de septiembre, fue mi último día en esta primera estancia en Bangkok. Pospuesta mi marcha para el domingo, quedé con Astrid para almorzar y luego fuimos, una vez más para mi, a los grandes almacenes MBK, pues ella quería comprarse cosas de chica. Yo finalmente también me compré alguna cosa, pero de chico. Más tarde cogimos un bus que nos dejó en el barrio chinesco, pero como ya había anochecido (eran más de las seis de la tarde), ya estaba cerrado todo, una penita.




Aún así caminamos un rato por la zona y finalmente nos dirigimos a un puertecito fluvial para coger un barcobus que nos remontara por el río hasta dejarnos más cerca de nuestro barrio. Intentamos que nos informara alguien de este medio de transporte, pero no dimos con nadie con el que entenderse, por lo que en el primer barcobus que llegó nos montamos, haciendo caso omiso a los aspavientos de algún local que parecía indicarnos que no lo hiciéramos. Efectivamente, este nos dejó al otro lado del río, por lo que cogimos el siguiente que iba en sentido contrario sin salir del muelle.

Ya de nuevo en la orilla del barrio chino, llegó otro barcobus que esta vez sí, nos remontó a gran velocidad río arriba hasta pasado el Palacio Real. El trayecto fue fresco y delicioso, y muy barato, pues cuando pasó la cobradora pusimos cara de ya haber pagado.
Una vez de nuevo en tierra firme caminamos y caminamos, hasta que nos decidimos por un Burger Queen para cenar. Como yo tenía que marchar al día siguiente debía preparar la mochila y acostarme temprano si no quería estar hecho una piltrafa en el momento de cruzar la frontera camboyana. Pero no pudo ser, después nos estuvimos tomando una cerveza y charlando, y para cuando nos despedimos y me acosté, ya sólo me quedaba una hora y media de dormir, lo cual no se puede decir que sea suficiente para recuperarse de un día agotador (ni de uno relajado).

4 comentarios:

  1. Lástima que no pudieras quedarte unos días más en Bangkok, ahora que parecías estar tan bien acompañado. Pero me alegra saber que continúas tu viaje con renovados ánimos. Por cierto, esa facilidad que tienes para que te tiren los tejos los machotes asiáticos empieza a ser un poco preocupante; te lo tienes que mirar. Diviértete en Camboya, pero vigila la retaguardia campeón.

    P.D.: para mí que lo del Bum-Bum debe ser algún baile regional Tailandés, tipo sardana o similar.

    David.

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  2. Entre Astrid y el camarero camboyano, creo que hay una diferencia abismal... me estoy refiriendo a que ella seguro que tenía mejor tema de conversación...
    !!Cuantos corazones masculinos rotos!! HUYE DE AHÍ PERO YA.
    Un saludo.
    EMILIO
    PD Hoy me ha llegado una postalita de la India,con un mes de retraso,muchas gracias por el detallito.

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  3. Todavía queda un poquito para que me lo crea; ponle un poquito más que funciona.
    Muchos besos. Que vaya todo bien en Camboya

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  4. Hola seres, David, lo del Bum-Bum no son bailes regionales, son como una especie de estampitas con sus dioses y sus oraciones, creo. Seguro, vamos.

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