miércoles, 5 de enero de 2011

KUALA LUMPUR, CHAPA Y CRISTAL

En Georgetown, isla de Penang, cogí un autobus ultracómodo a las diez y cuarto de la mañana que me dejó a las tres de la tarde en Kuala Lumpur, capital de Malasia. Detrás mío venía un turista que se dirigía al aeropuerto y cuando le dije que no sabía a qué hostal de la capital ir, sacó una fotocopia del guesthouse donde él se había alojado en su día. En la fotocopia venía la dirección y cómo llegar, estupendo. Como la conversación continuó, le mostré mi interés por ir más adelante a Singapur, compartiendo con él mi temor a no encontrar un alojamiento barato en tan caro lugar. A continuación sacó otra fotocopia del guesthouse donde él había estado en Singapur, barato y bien ubicado, pero que convenía reservar con antelación. Le di las gracias por tan adecuada y desinteresada contribución a mi media vuelta al globo y cuando el autocar, ya en la ciudad, pasó por las inmediaciones del barrio chino, me bajé y fui en busca del guesthouse siguiendo los detalles del papel.

Por el sistema de oleadas de turistas que expresé en el artículo anterior, cuando llegué a la hospedería, el lugar estaba repleto aunque quedaba libre una única habitación, a la que podríamos denominar sin equivocarnos, cuchitril. Estaba situada detrás del mostrador de la recepción y originalmente debió ser una cocinita ahora reconvertida en habitación número 0 para darme alojamiento. El cubículo era pequeño-pequeñito, tan solo cabía la cama y poco más, también era bastante cálido, pero a su favor contaba con una gran ventana y el precio, tan solo cinco ringits (algo así como 1,25€) más que una cama en el dormitorio común.
Después de asentarme en el lugar salí a pasear por los alrededores. El barrio chino me pareció bastante escuálido, insulso y con demasiados coches, aunque tenía una pequeña zona central peatonal llamada Jalan Petaling, o calle Petaling, abarrotada de puestos, restaurantes, chiriguitos y tiendas de ultramarinos, todo dirigido a los turistas. En este lugar me acabé comprando un pequeño, barato y aparentemente buen monocular para ver en la distancia al enemigo, o a alguna guapa señorita.


Por la tarde cogí el tren monorrail elevado que pasaba junto al barrio chino para dirigirme al llamado Triángulo de Oro de Kuala Lumpur, un lugar plagado de rascacielos y centros comerciales. El monorrail me recordaba en algunos aspectos al metro de Madrid, pues a pesar de ser moderno y lustroso, funciona más mal que bien, ya que entre tren y tren pasa mucho tiempo, está parado más de la cuenta en cada estación y al final se viaja bastante apretujado. Si tenía la suerte de que el tren llegaba al poco de estar esperando en la estación, el trayecto hasta la zona comercial era rapidísimo.
Este primer día me paré en la estación del enorme centro comercial llamado Times Square, tan grande que tiene hasta un parque de atracciones en su interior, como lo lees.
    

Kuala Lumpur está repleto de centros comerciales, casi setenta. Esto sucede porque la capital ha sido barrida de sus construcciones tradicionales y sustituidas por rascacielos, todos edificios ultramodernos. Las principales calles no son más que vías para que circulen los coches mientras la humanidad se refugia en los templos del consumismo. A ello también influye el clima tropical del país, cálido y húmedo. Se podría decir que en los centros comerciales se está mejor que en la calle, pero digamos que se está distinto, más helado, tanto que me acatarré porque, como iba vestido para climas cálidos, pasaba un frío tremendo.
En muchas de las tiendas de ropa venden prendas de invierno, las cuales no están destinadas para el exterior, siempre cálido (ejemplo: 29 de diciembre, época "fría", 30ºC), sino para el interior de los centros comerciales, ver para creer.
Con tantos CC.CC. los hay para todos los gustos, desde los más cutrecillos y siniestros, mal iluminados, hasta los ultralujosos, grandes y relucientes, muy luminosos a base de bombillacas, y con una general sobreabundancia de franquicias que disminuyen la diversidad de opciones del consumidor. Sí, hay miles de tiendas, pero en casi todas se encuentra lo mismo.


DANGER: DISGRESIÓN SOBRE LOS CENTROS COMERCIALES
He de confesar que detesto los centros comerciales, no son lugares públicos, sino privados de uso público; no es de todos, solo de alguno. En ellos todo va dirigido en la misma dirección: comprar, nada más importa. En estos lugares el concepto ciudadano se disuelve en el de consumidor. No se puede jugar a la pelota, saltar la comba, ir en bicicleta o patinete, ni tirar piedras, todo está controlado. El sonido-música-ruído perfectamente planificado y dirigido, retumba en la cabeza hasta ensordecer los pensamientos. Cuando uno visita un centro comercial ¿puede dirigirse directamente a un lugar determinado? no, su diseño obliga a deambular recorriendo el máximo de escaparates, anuncios, olores y sonidos. Se acaba agotado, pues para cambiar de planta siempre hay que recorrer un largo tramo hasta encontrar las siguientes escaleras. Nada de esto sería importante si estos lugares fueran una rareza, una peculiaridad excéntrica de la sociedad de consumo, pero la planificación de las ciudades modernas dirigen el ocio de las personas hacia el centro comercial, diseñando las calles como un lugar de paso de vehículos, incómodo, deshumanizado, antipático, incluso peligroso. En el futuro, el hombre que subsista vivirá recluido en CC.C.CC o Ciudades Centro Comerciales, de atmósfera y luz artificial, libres de humos, de espontaneidad y de inteligencia. Prohibido hacer casi de todo. Y la mayor parte de la gente será feliz.
FIN DEL DANGER, FIN DE LA DISGRESIÓN

Como estaba en la ciudad en navidad pude ver que aquí, más claramente que en Europa, es una festividad de plástico y cartón piedra, dado que en su cultura estas fiestas no existen, son solo un reclamo tópico, proconsumista y extrafalario: conos de navidad y estrellas de belén por las calles alrededor de los centros comerciales y en su interior. Nieve de plástico, clima tropical: todo muy extraño.


El día 28 lo dediqué a caminar, y así en primer lugar llegué de nuevo al Triángulo de Oro, donde había estado la tarde anterior. Siguiendo la pateada me acerqué a los alrededores de las Torres Petronas y su visión me atrajo como un poderoso imán hasta que llegué a su base. Esta pareja de rascacielos, de 452 metros de altura desde el suelo hasta la punta de sus antenas, fueron hasta el 2003 los edificios más altos del planeta. Son realmente impresionantes, pues el tono de su recubrimiento de acero y cristal refleja la luz del cielo en forma de sensación atmosférica, luminosos en días claros, grises y lúgubres en días cubiertos. Tienen forma ondulante y se elevan de forma sobrecogedora hasta el cielo. Eso sí, la pasarela que les une a media altura no es más que un pegote arquitectónico, pues no se corresponde con la línea de los edificios. Su base, of course, está ocupada por un lujosísimo centro comercial y en los alrededores tiene un parque con lago, fuentes donde se celebran espectáculos de agua, color y música, y más y bonitos rascacielos que conforman una silueta muy moderna, bella y vertical de la ciudad.
Por allí anduve mucho tiempo contemplando extasiado los altos edificios y elucubrando con mente y cámara composiciones fotográficas de líneas que se perdían en el cielo.
    

Además de este paseo al aire libre, no pude dejar de entrar a algún centro comercial, pues como ya he explicado, están por todos los sitios. Algo que me deleitó fue encontrar algunas tiendas de alta fidelidad donde vendían maravillosos amplificadores Hi-Fi de válvulas, bellos y elegantes, y supongo que de un sonido poderoso, claro, detallado, cálido y dulce, y no tan caros como los que habría encontrado en Europa. Eso sí, no está mi economía para dicho desembolso, ni mi mochila para meter algo más que una hojita de papel (por supuesto, un cacharro así no es transportable sino es con grúa). Por lo demás, pasaba por estos lugares un poco zombificado, sin interesarme por nada, sin entrar en ninguna tienda y por supuesto, sin conocer los precios de las cosas, así que no me preguntéis, que no tengo ni idea. Pero una cosa os digo: en cacharrería electrónica no existen las gangas, existe el timo.


Pero un día sí que me decidí a buscar una camisa para renovar mi vestuario. Por más que visité tiendas no encontré ninguna que me gustara, acabé agotado de patear pasillos y corredores. Afortunadamente pude comprarme dos polos, y así cambiar algo mi atuendo después de tantos meses. Además ya puestos, decidí que también era hora de un recorte capilar, que la melena ya se me iba por los cerros de Úbeda. Dada mi condición de persona anónima y sin gracia, me valía con unas tijeras que atinaran con el pelo y dejaran a salvo orejas y nariz. Por ello busqué un sitio barato.
Uno de los centros comerciales estaba repleto de pelus donde hacían los más fantásticos cortes estilo manga, así que entré en uno donde parecía que el precio era mínimo y además tenía bastante público (tampoco convenía arriesgarse a que me dejaran trasquilado cual oveja merina). Lo dije bien clarito: solo quiero que me corten el pelo. Pero no era esa la intención del negocio. Me cogió un tipo y estuvo derramando champú o algo así en mi cabeza durante unos 20 minutos mientras me masajeaba y masajeaba y masajeaba y masajeaba y masajeaba y masajeaba. Tanto que ya estaba hasta los cataplines del tipo y de sus manos. A punto estuve de decirle que me dejara en paz, pero fui paciente por una vez y aguanté como un gatito mimosón. A continuación lavado, después vino el corte, después aclarado, después espuma para dar forma. En fin, estuve una eternidad en la pelu y el precio fue cuatro veces el que marcaba en la puerta. Y es que, ¡horror chicas!, yo soy filosimiesco, valoro la peluquería mediante la fórmula: máxima velocidad-mínimo precio.


Gracias al Facebook, herramienta para tener amigos around the world aunque no tengas amigos a tu lado, y para comunicar los más elevados pensamientos y los más sutiles matices del sentimiento humano, me comuniqué con Phoebe que había llegado a Kuala Lumpur desde Georgetown y se alojaba también en Chinatown. Por la noche salí a ver si daba con su posada pero no hizo falta, me la encontré en la calle hablando animadamente con una drogadicta. Al verme me agarró del brazo y me dijo que fuéramos a comprar unas cervezas. Así, me llevó a paso acelerado de un lado a otro mientras preguntaba a los locales por el precio de su lata de cerveza y por dónde la había comprado. Yo le insistía que había visto a una persona con una nevera portátil junto a la calle peatonal, y que a lo mejor allí era barato. Efectivamente, pudimos comprar un par de latas a un precio más que competitivo. Después, siguió preguntando cuando veía a alguno con cerveza, y como todos habían pagado más que nosotros, se mofaba de ellos. Tanto que alguno se mosqueó y Phoebe se salvó de lío por ser una mujer. Le dije que era muy macarra y que si no fuera mujer se llevaría facilmente más de una hostia con su actitud. A lo que me respondió que si ella me parecía macarra, debería conocer a su novio, un auténtico purasangre de la gresca. Son ingleses.
Después me dijo que a ver si había suerte y podía comprar algo de hierba y siguió tirando de mi de un lado para otro. A mi ya me estaba hartando eso de ser el perrito de una inglesa descerebrada. Como no hubo suerte, por fin nos sentamos en una escalinata a bebernos las cervezas, que yo ya estaba más que sediento. Pasó por allí un musulmán con su barbita, su gorrito y su ropas anchas, y Phoebe le preguntó con su desparpajo brutal si sabía donde comprar la preciada hojarasca. El tipo, con sonrisa de extrañeza, le dijo que ni idea. Yo le comenté a Phoebe que cómo preguntaba a gente como esta, que debían ser rectos seguidores de las leyes de Mahoma. Ella me respondió que de esa forma, si tenía suerte y acertaba a preguntarle a un sufí (un místico musulmán), que utilizan el cannabis para entrar en trance en sus ceremonias, podrían decirle donde comprar. Qué puedo comentar al respecto...
Más tarde le pregunté que hasta cuando pensaba quedarse en la ciudad y me dijo que había ido allí para trabajar en el desarrollo de su negocio y que no se iría hasta haber hecho muchos contactos y haber ganado dinero. Además me dijo que había salido una nueva versión del software y que había comprado una licencia para poder usarla, o algo así. El caso es que yo no entendía muy bien en qué consistía su negocio y le pedí una tarjeta para leer en la web de qué software se trataba y de qué iba eso tan misterioso que le iba a hacer rica. Después nos despedimos y me dijo que la escribiera para quedar y pasar juntos la nochevieja.


Por otro lado, Mahdi, el iraní flamencófilo que conocí en la nochebuena de Georgetown, me escribió diciendo que podíamos quedar el día 31 a las 12 del mediodía en un centro comercial de donde él vivía, en Damansara, y que podía llegar fácilmente por tren o monorrail. Así que le respondí que de acuerdo, que allí estaría. Como esto de Damansara no salía en mi mapa pregunté en el hostal dónde estaba y cómo llegar. Me dijeron que estaba lejos y que la única forma de ir era mediante autobus. Sorpresa, ¿acaso Mahdi no conocía dónde vivía?. Así lo hice, cogí un autobus que tardó mucho en llegar hasta el Centro Comercial, tanto que cuando puse el pie en tierra eran las 12h20. Damansara resultó ser una ciudad dormitorio de la capital, algo así como un Alcorcón. Pese a ello no me amilané y estuve recorriendo todo aquello con la esperanza de encontrar a Mehdi y a Mona, pero no fue posible. Comí por allí y después regresé a la ciudad. Ya de nuevo en el hostal escribí a Mehdi diciendo lo que había pasado y recalcándole que hasta allí no era posible llegar en tren.

Este día iba a ser nochevieja y había decidido ignorar a Phoebe e ir solo a ver pasar el año. No fue una decisión fácil, porque aunque no lo parezca, uno tiene su corazoncito y siempre se agradece el calor humano. Pero no, mi corazoncito anda ya algo rocoso y pensé que mejor solo que mal acompañado. Finalmente no habría hecho falta tanta disgresión: en el Facebook aparecía un mensaje de Phoebe diciendo que acababa de llegar a Bangkok. ¡Joer!, o se había hecho rica en día y medio o quizás sus palabras se las llevaba el viento, o más bien la ligerilla brisa de la mañana.


Por la noche me vestí con mis mejores galas, es decir con los pantalones vaqueros y el polo nuevo, y cogiendo el tren monorrail, me dirigí hacia el Triángulo de Oro con la intención de ir desde allí caminando hasta las Torres Petronas. Era una noche muy calurosa, eso de estar el 31 de diciembre a 29ºC es raro. En la zona comercial había una cantidad impresionante de gente, totalmente abarrotado. Caminando lentamente llegué bajo las Torres Petronas, junto al lago. El lugar estaba también ultra congestionado por lo que, entre sudores, tardé una eternidad en llegar al otro lado, donde encontré un trocito de cesped libre y me senté. La gente pasaba junto a mi en marabunta, pero en general casi nadie tropezó conmigo y estuve relativamente cómodo. Mientras, en el lago estaba en funcionamiento el espectáculo de las fuentes con luces y música, todo intentando seguir un cierto compás rítmico. Mucha de la música eran fanfarrias de Hollywood, las que más sonaba eran las del John Williams, Superman, Indiana Jones, la Guerra de las Galaxias y todo eso. Llegué al sitio como a las 22h45, así que esperé allí sentado hasta las doce. No se me hizo larga la espera porque entre la música, las fuentes, las luces y las hordas de personas que pasaban a mi alrededor, mi mente iba de una lado para otro distraida y errática, pero apreciando lo especial del momento y mi extraña situación en el mundo y en la vida. Mientras, el reloj digital del edificio que tenía delante iba marcando minuto a minuto el paso del tiempo.
Un poco antes de las doce una voz femenina, la animadora del cambio de año, comenzó a contar los minutos. Todos nos pusimos en pié, pero nadie sacó su bolsita de uvas, ni de cacahuetes, ni sus saquitos de piñas, ni de cocos, nada. Tampoco había bebida que descorchar, pues aquí no se bebe alcohol. 23h55, 23h56, 23h57, 23h58, 23h59, 00h00. No hubo campanadas, ni gongs. En algún momento tras pasar la fecha, la voz femenina nos felicitó el año nuevo. La gente dijo ¡¡¡pero qué bien!!! y ya está. Después comenzó el espectáculo de fuegos arficiales, pero no en las Torres Petronas, sino al otro lado, en el parque. Fueron unos buenos quince minutos de pólvora. Pasado esto, la gente aplaudió y se dispersó.
Intenté comprar una cerveza para celebrar discretamente el paso de año y sofocarme de la enorme sed que para entonces tenía, pero no fue posible, está prohibida. Me tuve que conformar con una lata de bebida isotónica.
Como en Malasia no disponen de un rito de paso de año, no hay campanadas que anuncien la llegada, no se comen uvas o algo similar en cuya ingesta, si te atragantas la palmas y no llegas al año siguiente, no se genera la tensión que desencadena la explosión de alegría que hay por ejemplo, en España. Además, como no se permite el alcohol, la gente va menos contentilla. La conclusión está clara: la Puerta del Sol mola más. Por cierto: feliz década nueva, feliz 2.011.

Tras el cambio de año me puse a caminar por los alrededores, y siguiendo mi intuición geográfica llegué a perderme, por lo que en un momento dado paré y me recompuse en mi mapa mental, ya que no era cuestión de vagar sin rumbo, pues podría acabar totalmente agotado caminando por las larguísimas avenidas diseñadas para que circulen los coches. Por fin me las apañé para llegar de nuevo a la zona comercial y mi sorpresa fue grata porque a esas horas tan tardías el tren monorrail seguía funcionando a pleno rendimiento (yo tenía pensado volver caminando hasta el hostal).
Una vez allí me di una buena ducha y a falta del calor humano propio de estas fechas, me refugié en la lectura de Trilogía de Nueva York, de Paul Auster con la intención de acabarlo, pero no hubo fuerzas. Pasadas las cinco de la mañana tuve que abandonar la lectura y abandonarme también al reparador sueño del nuevo año.
(No, no tengo fotos de la nochevieja, que no me apetecía ir cargado con la cámara, I'm chorri)


Al día siguiente tenía un mensaje de Mehdi diciendo que no me había visto en la nochevieja en el centro comercial donde me había citado. Yo aluciné porque por ejemplo, me había citado a las 12 del mediodía (noon significa mediodía en inglés, que lo había comprobado) y porque antes de ir le había mandado un correo superexplicatorio de lo que iba a hacer y a la infructuosa vuelta, le había escrito otro explicando lo que había sucedido. Hizo por quedar conmigo otro día, esta vez en un centro comercial del mismo Kuala Lumpur, pero una vez más no hubo sincronización espacio-temporal. En fin, que entre nosotros se cernía una enorme barrera de los sistemas de pensamiento oriental y occidental.

Los días que me quedé más en Kuala Lumpur, sin duda demasiados, los dediqué a escribir en el blog el aclamado artículo Tailandia, un buceador menos. El ensimismamiento que para ello necesité me hizo rechazar en varias ocasiones la proposición de algún compañero de posada para ir a dar una vuelta. Esto producía en mi un sentimiento encontrado, pues aprecio la compañía y la amistad, pero para mi labor de escritor de pacotilla, necesito de enclaustramiento. Por fin, el último día de mi estancia en Kuala Lumpur le dije sí a mi colega inglés de cuyo nombre nunca me enteré, y nos fuimos juntos a visitar las Cuevas de Batu, fuera de la ciudad. Para ello cogimos un autobus que tardó como una hora en llegar, más que nada por la cantidad de tráfico.
Las Cuevas de Batu se abren a media altura de unos cerros calcáreos de paredes verticales. Para llegar hasta ellos hay que subir una enorme escalinata vigilada por una estatua gigante de 43 metros de un tal Murga (quizás el que da la...), que ahora mismo no sé quien es. Son unas cuevas de techos altísimos iluminados de forma natural por la luz que entra por agujeros enormes en la roca. En su interior hay varios templetes hindúes y la tumba de alguien que es motivo de grandes peregrinaciones y de flagelaciones de los devotos. Cuando nosotros estuvimos allí la cosa estaba tranquilita, por lo que vimos lo que allí había, saludamos a los monos que viven en el lugar y regresamos por donde habíamos venido.




Navegando por internet la noche de mi último día en la ciudad, me acordé y saqué la tarjeta de visita de Phoebe y leí en la web la información de su extraño negocio:

Importante y prestigiosa empresa de software de Santa Mónica, California... no dice el nombre. Desarrolladora de existosos y aclamados softwares... no dice cuales. Socio de las más prestigiosas compañías tecnologícas del mundo, ahora sí: Microsoft, Intel, Google, etc. Próximamente lanzará en Malasia un novedoso software que aprovechando el buscador de Google le hará ganar miles de dólares... En fin, ninguna información de peso, ningún dato contrastable, humo tan solo. Claramente se trata del clásico sistema de negocio de estructura piramidal, en este caso trasladado a internet, donde compras una licencia que te permite revenderla a su vez a las personas que captes. No conozco los detalles del funcionamiento, pero esto siempre es así: se trata de revender licencias de algo a los que están debajo de ti, estos a su vez también querrán ganar dinero, por lo que intentarán vender licencias que te las comprarán a ti y así sucesivamente. Un día alguien cae en la cuenta de que tras la licencia no hay nada, sólo una estructura en pirámide en el que quien ocupa la cúspide y sus colegas del nivel inferior están ganando dinero, y los demás son unos pardillos en busca de más pardillos a los que engañar.
No sé en qué escala de la pirámide se situa Phoebe, pero creo que por su forma de ser, ella no es ideóloga del negocio. Luego es pardilla: una inocente enmascarada de macarrilla. Otra persona perdida entre el flujo y el reflujo de las olas del mundo. Como yo.
Estuve unos días pensando si escribirle y contarle lo que pensaba del negocio que la iba a hacer rica, pero finalmente no lo hice.

Por fin, el 5 de enero, no sé qué me recuerda esta fecha, abandoné Kuala Lumpur. Una ciudad para mallrats: hormigón, grandes y bonitos rascacielos, multitud de centros comerciales donde abandonar la caduca idea de ciudadano; grandes avenidas para el paso constante de vehículos y con numerosas pasarelas para no interrumpir el tráfico, estrechas y dificiles aceras, eternos semáforos. Desagradable para pasear, pero perfecta si eres coche, rata, cucaracha, o consumidor que solo piensa en ir de compras. Interesante, por supuesto, digna de visitar y de admirar las Torres Petronas si es que pasas por Malasia. Una ciudad con mucho humano y poca humanidad.
(¡Hey tronco!, vaya final que me he currado).




TE APUESTO UN CHELÍN A QUE DE UN SALTO LLEGO HASTA ARRIBA
(TOTAL, UN CHELÍN TAMPOCO ES TANTO DINERO)
(fotografía digital postprocesada)
ATRAPADO EN EL PINBALL MERCADOTÉCNICO
(fotografía digital postprocesada)
ISABEL MARSÁ DIJO SÍ A LA LLAMADA DEL ABISMO
(fotografía digital postprocesada)
JUAN GÁMIZ DIJO NO A LA LLAMADA DEL ABISMO
(fotografía digital postprocesada)
PHOEBE SALTER CREE PROSPERAR EN EL NEGOCIO, PERO
ES LA VÍCTIMA DE UN ENGAÑO TEJIDO PARA ALMAS
PEREZOSAS, CÁNDIDAS Y MEDROSAS
(fotografía digital postprocesada)

4 comentarios:

  1. Hola!! lo primero, FELIZ AÑO 2011!!!! cada día me gustan más tus entradas, y que decir de las fotos, menudo artista!!! Un besote
    Carmen

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  2. Lástima que no pudieras encontrar ninguna botellita de contenido espumoso y/o alcohólico, para festejar el nuevo año en condiciones (que sosos son estos malayos, caramba). Pero ya arreglaremos ese tema a tu vuelta, con un brindis como es debido. Lo que sí deben celebrar los muy ladinos es el día de los inocentes, porque el timo-corte de pelo debió ser el día 28, ¿no? (que cabroncetes). La próxima vez procura que te corte el pelo una chavalita; el masaje en la cabeza, en ese caso, mejora mucho.

    Un saludo, y cuídate.
    David.

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  3. Cuando vengas a Spain te voy a llevar a Xanadú a esquiar en Julio, con 40º a la sombra en el exterior, para que luego critiques a los Kualalumpureses....
    Si la Marsá levantara la cabeza y te viera hablando inglés como un profesional, te subiría las notas seguro.Una vez dibujó una línea en la pizarra y puso puntitos a cada lado representando a sus alumnos (nosotros)y clasificándonos los de un lado como suspensos y los del otro como aprobados.OJO! con cambiarse de sitio que se estrpean las estadísticas,je,je...
    Un saludo y Viva el San Isidro

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  4. Ufff qué pereza de sitio, tío. Patearlo debe ser una condena. Prefiero verlo en fotos. Las que haces y cuelgas son la pera. VER-TI-CA-LI-DAD

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